Cuando los hijos no llegan cómo esperábamos
Nunca pensé en si quería o no ser madre. Daba por hecho que en algún momento ocurriría, como algo que le ocurre de forma natural a todas las personas, y, por tanto, no era algo que yo me parase a reflexionar.
Me sorprendía que algunas personas de mi entorno lo tuvieran tan claro, como mi mejor amigo, que con dieciocho años ya me decía que su mayor deseo era ser padre. Él lo tenía clarísimo y a mi me fascinaba que, con su edad, ese fuera su sueño.
Años más tarde, cuando conocí a mi marido, él también sabía que quería crear una familia y sentía el deseo de ser padre. Por amor a él, ese mismo deseo se despertó en mi.
Tras un par de años de intentar el embarazo de forma natural, pero sin éxito, empezamos a pensar que podríamos necesitar ayuda. Yo había padecido un cáncer de ovarios de jovencita, pero no sospechaba que eso hubiera dejado un problema de fertilidad en mi. Sin embargo, las pruebas y análisis confirmaron que ya estaba experimentando una menopausia precoz. En ese momento, ambos fuimos conscientes de que no iba a ser tan natural como desearíamos, el proceso de ser padres, y empezamos a pensar en cómo podríamos conseguirlo.
Quiero hacer un primer inciso: tener información es fundamental. Nosotros no sabíamos que no la teníamos y por eso no la buscamos. Me parece que es muy importante saber que, si la mujer tiene menos de 35 años, y trata de concebir durante un año de forma natural y no lo consigue, entonces es recomendable acudir a un profesional para que pueda valorar qué ocurre. Sin embargo, si la mujer tiene más de 35 años, lo recomendable es acudir a un profesional pasados seis meses sin concepción de forma natural.
Iniciamos entonces un periplo por las distintas formas de poder ser padres. Siendo yo “estéril” o “infértil”, no tenía claro cómo llamar a lo que me pasaba, nos planteamos opciones como la maternidad subrogada y la adopción, pero ninguna nos satisfacía plenamente. Entonces nos hablaron de la ovodonación. Ninguno de los dos había oído hablar de ello antes, pues la ovodonación no estaba tan extendida como pueda estar actualmente, y nos resultó chocante al principio. Tras mucha reflexión e investigación sobre el tema, y con el beneplácito de mi oncólogo, nos decidimos a dar ese paso y nos pusimos en manos de una clínica de fertilidad.
La ovodonación fue la técnica que nos propusieron porque yo no tenía carga ovárica. No fue fácil asumir esta opción y el proceso de decisión fue largo y tedioso. Muchos miedos aparecieron. Muchas dudas nos inundaron. No contábamos con nadie que hubiera pasado por esta experiencia, así que no podíamos cubrir necesidades relacionales tan importantes como la necesidad de guía, de mutualidad y de seguridad. Nos sentíamos solos, confundidos y tristes, esto no era lo que ninguno de los dos había soñado nunca; y, a la vez, esperanzados porque una puerta se abría y podíamos optar a ser padres.
Así que necesitábamos que otra mujer, previa selección exhaustiva que evitara incompatibilidades genéticas, pasara por un proceso de estimulación ovárica controlada, recibiera medicación hormonal adecuada para favorecer la maduración de un elevado número de óvulos de calidad, y le fueran extraídos mediante punción ovárica. Tras esta operación, los óvulos serían fecundados con el esperma de mi marido, y una vez visto que los embriones eran viables, serían transferidos a mi útero. La transferencia embrionaria, así es como se llama, es una intervención sencilla, y en absoluto dolorosa, que no precisa anestesia, y que consiste en la ubicación del embrión, o los embriones, en el interior de mi útero con la ayuda de un ecógrafo.
Por suerte, o por desgracia, estos tratamientos son cada vez más comunes en nuestra sociedad. Los cambios socio-demográficos que hemos ido experimentando a lo largo del último siglo, tales como la incorporación de la mujer al mundo laboral, con más éxito día tras día; el retraso en el inicio de la vida autónoma e independiente; el consecuente retraso en la decisión de tener hijos; los cambios medioambientales, la modificación de la alimentación… nos colocan frente a un alto porcentaje de mujeres y hombres que, como nosotros, no consiguen tener hijos de forma natural y necesitan acceder a tratamientos de fertilidad. La inseminación artificial, la fecundación in Vitro, la ovodonación, son los tratamientos que se suelen usar para conseguir hacer realidad el anhelado embarazo.
Quiero volver a hacer un inciso explicativo:
Se llama esterilidad a cuando la pareja, tras un año de relaciones sexuales sin anticonceptivos, no ha conseguido el embarazo.
Se llama infertilidad a cuando la pareja consigue una gestación, pero no llega a término.
La Inseminación Artificial (a veces encontraréis que lo llaman IAC, Inseminación Artificial Conyugal, o simplemente IA), es una técnica sencilla que consiste en depositar el semen en el interior de la cavidad uterina y esperar a que la fecundación del óvulo se produzca de forma natural. La mujer habrá recibido, previamente, una cierta dosis de medicación para estimular el ovario (dosis menores que en otras técnicas). La IA está indicada para mujeres menores de 35-37 años, con ovulación natural, o sin grandes alteraciones. Además, el semen ha de presentar una calidad mínima, con un recuento de espermatozoides móviles de, al menos, tres millones. El semen puede ser de la propia pareja o puede ser de un donante.
La Fecundación In Vitro, o FIV, es una técnica mucho más compleja que la Inseminación Artificial y se puede realizar con alteraciones moderadas o más severas de fertilidad masculina o femenina. Requiere de la extracción de ovocitos mediante intervención quirúrgica con una anestesia leve, fecundación de los óvulos en laboratorio y la posterior transferencia de embriones al útero de la mujer. Las dosis de medicación para estimular el ovario son mayores que en la IA pues el objetivo es conseguir varios óvulos maduros en un ciclo. Entre los de mejor calidad se transferirán generalmente uno o dos, de forma que se consigan unas altas tasas de embarazo, pero se reduzca la probabilidad de embarazo múltiple.
Y así empezó nuestra aventura. Fue un proceso largo que duró varios años y que no tuvo el final que esperábamos. Perdimos sueños, pero ganamos realidades. En la próxima entrada del blog os contaré como fue esta travesía, lo que he extraído de ella y cómo puedo ayudar a quiénes estéis pasando por algo parecido.