Normalizar, validar y acompañar en el Cáncer
“Pero, ¿por qué, estos médicos, no me dicen de una vez todo lo que me va a pasar? ¡Así podría prepararme!” Recuerdo quejarme de esta manera, a mis padres, entre una quimioterapia y otra.
De repente, un día, notaba la garganta como rasposa y con alguna yaga en el paladar.
- “Doctor, doctor, tengo la garganta rara, no sé que me pasa, me rasca al tragar”.
- “ Ah, sí, claro. Es que con la quimioterapia que te estamos poniendo se secan las mucosas”.
- “Uf… (suspiraba). Menos mal. El doctor dice que es normal. Que mal lo he pasado pensando que podría estar pasándome algo raro”.
Al poco me tocaba ingresar de nuevo para “la semana de quimioterapia”. Una vez terminada, me daban el alta y pasaba dos semanas fuera del hospital recuperándome entre sesión y sesión. La primera semana estaba sumamente cansada; para la segunda me encontraba ya mejor. Pero, de repente, “¿qué es esto? ¡Tengo unas rallas de color marrón oscuro en brazos y piernas!”.
- “Doctor... ¡Mire lo que me ha salido en la piel! ¿Es algo malo?”
- “Nada, tranquila, es normal. Es que con la quimio eres más fotosensible, y al rascarte se quedan esas manchas en la piel”.
- “Está bien, está bien. Es normal”, me decía a mi misma aún con el susto en el cuerpo.
Y se volvía a repetir todo el proceso de semana de medicación y semanas de descanso, y ya con la tranquilidad de saber que me iban a salir rallas marrones y se me iban a secar las mucosas.
Sin embargo, para el final de la segunda semana, lo que ocurría es que no tenía sensibilidad en la yema de los dedos.
- “¡Doctor, doctor! ¡mire lo que me pasa! Tengo los dedos como acorchados y he perdido sensibilidad”, le decía.
- “Ya, sí, quédate tranquila, es algo normal. Suele pasarles a muchas personas”.
¡Qué hartazgo de normalización que tenía! Pensaba: “podría alguien decirme: vaya, veo que te has asustado, como lo siento” Y es que sí, a veces necesitamos que nos digan que no pasa nada y que todo va bien. Pero a veces necesitamos que alguien nos diga (y me vais a perdonar la expresión): “¡Menuda mierda! ¡Qué putada que te esté pasando esto! ¡Lo siento muchísimo!”
Alguien que valide y acoja nuestras emociones, que le ponga palabras, lo sienta tanto como nosotras, y después a seguir con la fortaleza, el ánimo, la buena disposición y la esperanza.
Os contaba al principio, que yo quería estar preparada para todo, necesitaba anticipar todo lo que me iba a pasar. La anticipación, el querer prepararnos para lo que venga, es de las estrategias más primitivas de supervivencia. Y es que al ser humano no le suele gustar que le pillen las cosas (sobretodo las malas) por sorpresa.
Yo quería poder estar preparada y evitar que nada me pillara desprevenida. Era mi forma de reducir el miedo a lo desconocido y un intento desesperado de control sobre mi vida en ese momento. Prefería saber todo lo que me iba a pasar de golpe y así ya sabía con qué enemigo estaría tratando, y emplearía todas las herramientas que tuviera a mi alcance para hacerle frente.
Sin embargo, tras seis sesiones de quimioterapia, después de experimentar múltiples e inesperados (al menos por mi) efectos secundarios, y una vez dada definitivamente de alta, cambié de opinión.
Me di cuenta de que, si me hubieran contado absolutamente todo lo que podría llegar a pasarme, no lo habría podido soportar. Me habría sentido abrumada y en hipervigilancia, en continua alerta y a la espera del siguiente efecto secundario que fuese a dar la cara. Habría estado anticipando el futuro, con miedo, y seguramente la ansiedad me habría inundado. Y en el cáncer, como en cualquier enfermedad, mejor tener un sistema nervioso calmado que favorezca el sistema inmunológico para una pronta recuperación.
Llegué a la conclusión de que, con las fuerzas justas, mejor ir viviendo el día a día. No anticipar. Mejor ir agradeciendo que otro día ya pasó y sigo aquí luchando para estar más cerca de la recuperación.
Ayer, 4 de febrero, fue el Día Internacional del Cáncer, y quería dejar mi propio testimonio sobre algunas experiencias por las que pasé y que ahora recuerdo con gratitud y con una sonrisa en la cara.