Pongámosle cara a la fobia social
Todos podemos tener miedo a cosas distintas pero las fobias son diferentes. Las fobias son un tipo especial de miedo que interfiere en la vida cotidiana de forma muy limitante.
Hablamos de fobias cuando la intensidad del miedo frente a los distintos peligros es:
Injustificada por la objetividad del peligro. La persona suele decir que sabe que es un miedo irracional pero que no lo puede evitar.
Inoportuna (no lo sentimos en el momento apropiado). La persona siente el miedo y sus efectos delante de más gente, justo cuando no quisiera sentirlo.
Desmesurada (sentimos más de lo que deberíamos). Se suele considerar excesivo tanto por quién padece la fobia social como por los demás.
Interfiere en nuestra vida normal de forma innecesaria, y nos reduce nuestra capacidad de acción y goce.
En la fobia social el miedo se centra en las situaciones sociales y va más allá de esa primera incomodidad, incertidumbre, inseguridad y nerviosismo que, quien más quien menos, siente al conocer gente nueva o estar en distintas situaciones sociales. El deseo que solemos tener todos de formar parte de los grupos sociales, de ser valorados y apreciados por los demás, se ve gravemente disminuido en las personas con fobia social con los consiguientes efectos en la autoestima y autoconfianza, espontaneidad, pérdida de oportunidades…
Cuando alguien padece de fobia social, puede ser tanto el grado de ansiedad o vergüenza que sienta que es frecuente que aparezcan sensaciones físicas como sudores, temblores musculares, incapacidad de hablar, perdida de la voz, tartamudeo, rubor en la cara, palpitaciones, falta de concentración… A veces lo que se teme es que se perderá la capacidad de mantener el hilo de la conversación, o que no encontrarán las palabras adecuadas para expresarse, o que la mente se quedará en blanco… Todos estos síntomas son vistos como señales delatadoras de su nerviosismo y que, a sus ojos, los hacen más vulnerables e inferiores frente a los demás.
La característica esencial de la fobia social es el intenso miedo a ser evaluado negativamente por los demás. El individuo teme el posible escrutinio de los demás, donde pueda ser juzgado como ansioso y débil. Esta condición puede ser tan fuerte que impida a la persona asistir al trabajo, la escuela o a realizar sus actividades diarias.
La edad media de inicio se suele señalar en los 13 años, con un margen de edades que va desde los 8 a los 15 años. Frecuentemente suele existir una historia de inhibición social o de extrema timidez en la infancia. Su inicio puede ser brusco, derivado de una experiencia estresante o vergonzosa, o puede surgir de forma lenta o insidiosa. No suele ser común que aparezca por primera vez en la edad adulta, si eso fuese así, lo más probable es que ocurra después de un evento extremadamente humillante o tras cambios vitales que requieran asumir nuevos roles sociales.
Otra de las características de la fobia social es la evitación. A menudo, las personas con este diagnóstico se alarman extremadamente ante la posibilidad de que la ansiedad que sienten y sus manifestaciones físicas sean evidentes para los demás y se vean juzgados negativamente. Por ese motivo evitan enfrentarse a situaciones donde puedan quedar expuestos y ser humillados o avergonzados.
Las conductas evitativas (no ir acudir a un evento/reunión/fiesta o ir pero quedarse en un rincón, no hacer contacto visual con nadie y hablar poco; rechazar un nuevo puesto de trabajo por la posible exposición social que conlleve; dejar de ir a clase por miedo al qué dirán…) se realizan con la esperanza de sortear el miedo. Sin embargo, la evitación alimenta el miedo. Es paradójico, pero cuánto más se evita estar en situaciones sociales, más miedo se les tiene. Es como quién sube por las escaleras porque teme el ascensor, cuánto más suba por las escaleras, más miedo le tendrá al ascensor.
Y el miedo también se alimenta de pensamientos anticipatorios de escenas temidas (por ejemplo, imaginar que “en la próxima reunión voy a quedar en ridículo porque se me va a notar el temblor en la voz”), de pensamientos auto-críticos (por ejemplo, “parezco tonto/a aquí callado sin saber qué decir”), de la falta de práctica a la hora de expresarnos (cuánto menos nos expresamos, más práctica perdemos, y más dificultad tendremos), de la costumbre de rumiar y repasar todo lo acontecido (recordando cada uno de los pequeños detalles de impotencia y comportamiento penoso que deberíamos haber modificado), de la propaganda negativa que hacemos de nosotros/as mismos/as (por ejemplo, “si es que yo soy un desastre”, “yo no valgo para esto”, “yo no soy nada interesante”), del miedo al miedo (“solo de pensar que me puedo angustiar ya estoy angustiándome y ya parece que la angustia, por sólo pensarla, es incontrolable y todo el mundo la detectará”).
Este tipo de trastorno es verdaderamente molesto y puede llegar a ser incapacitante para quién lo padece, afectando no sólo el área social, sino también la profesional y familiar. Por ese motivo, si llevas más de seis meses sintiendo miedo o ansiedad intensa ante una o más situaciones sociales, si temes mostrarte ansioso y que eso se valore negativamente, si estás optando por evitar las situaciones sociales y ya está afectando significativamente a tu trabajo y tus relaciones, si te das cuenta de que el miedo es desproporcionado a la realidad y aún así no puedes controlarlo, es muy importante que pidas ayuda. El pronóstico es mejor cuánto antes se aborde el problema.
En las sesiones de psicoterapia abordaremos los tipos de pensamientos críticos y anticipatorios, la función psicológica que tienen, los mecanismos de defensa que los mantienen, el concepto que tienes de ti mismo/a, ciertas técnicas de relajación y respiración, algunas estrategias para afrontar situaciones sociales, practicaremos con exposición en imaginación a las situaciones temidas, haremos ensayos en vivo de situaciones sociales atemorizantes, y todo lo que vaya surgiendo en el proceso terapéutico que esté al servicio de tus objetivos.