La capacidad de mentalización
La mentalización es ese proceso de pensar sobre la propia mente, de pensar sobre los propios pensamientos, sentimientos y actos, así como también sobre los pensamientos, sentimientos y actos de los demás. Al reflexionar sobre el por qué de esos pensamientos y no otros, podemos plantearnos alternativas de conductas, permitir que lo implícito se haga explícito, dialogar sobre ello, e indagar en la experiencia de la otra persona diferenciándola de la nuestra. Esto permite, por un lado, la formación del propio self y el entendimiento de uno mismo y, por otro, el entendimiento de los demás y la construcción de relaciones seguras y satisfactorias.
La capacidad de mentalización se desarrolla en la familia de origen, en la interacción con los cuidadores principales y/o en el proceso terapéutico. Para que ésta se construya suficientemente bien, los cuidadores principales han de tener dos habilidades básicas: la marcación y la contingencia.
La marcación (diferenciación): Los progenitores o cuidadores principales pueden remarcar que ellos mismos no experimentan ni el mismo estado emocional ni la misma conducta que el niño/a ante un mismo suceso. Es decir, que los padres tienen la capacidad de diferenciar sus propios estados mentales de los del hijo/a.
La contingencia: Los padres se dan cuenta del verdadero estado emocional del niño/a y se lo reflejan (como si de un espejo nítido se tratara) sin confundirlo con otro estado emocional distinto.
Los progenitores o cuidadores principales pueden fallar en cualquiera de estas dos tareas, ya sea porque fallan al hacerlo o porque ellos mismos no consiguieron esta capacidad de mentalización. Si los cuidadores principales reflejan la emoción del niño/a de un modo erróneo esto pondrá en juego la formación del self del infante, fomentando la formación de un falso self y de vínculos relacionales inseguros. El niño/a tiene que poder expresar sus estados emocionales libremente, lo que no siempre ocurre si en la familia no se toleran emociones como la tristeza, la rabia o el enfado. En estas circunstancias, el niño/a tendrá que modificar, inventar, falsificar la manifestación original de sus emociones.
Cuando los cuidadores lo hacen bien, los niños pueden expresar sus estados emocionales primigenios con gestos, llantos o gritos que los cuidadores, en interacción con ellos, lo verán y lo reflejarán tal cual. Si la madre o el padre reflejan literalmente lo que ven en el niño/a, sin asustarse, sin enfadarse, sin mostrarse agresivos, el niño/a podrá generar un símbolo en su mente que actúa como modulador o regulador emocional, como barrera contra el exceso de excitación. La constante repetición de esta experiencia, permite al niño/a categorizar las emociones, asociándolas con comportamientos, con sensaciones y con cambios fisiológicos internos distintos. De esta forma, los niños/as empiezan a saber que tienen estados mentales (ya sea como deseos, pensamientos, sentimientos…) que condicionan sus conductas, y que son distintos a los estados mentales de otras personas. Este es el inicio de la capacidad de mentalizar y la primera semilla para la construcción de un sentido de identidad coherente.
Esta capacidad de mentalización también se puede construir en el proceso de psicoterapia. La disponibilidad del terapeuta hacia el paciente y el diálogo honesto y entre ambos es fundamental para dar voz a todos los trozos del Yo que aparecen formando un espacio intersubjetivo de confianza y sinceridad mutua.
El terapeuta puede favorecer el aumento de la capacidad de mentalización mediante la exploración de pensamientos, sentimientos, fantasías y conductas y la relación entre todos ellos. Saber que debajo de cada pensamiento hay un tipo de afectividad abre una puerta a la capacidad de mentalizar. Ofrecer una relación terapéutica segura al paciente para que éste pueda pensar, sentir, y expresarse libremente es fundamental. Buscar un equilibrio entre la exploración del mundo interno y la del mundo externo, es también importante. Indagar en vez de interpretar y mostrar interés genuino por la experiencia personal del paciente, vuelve a ser de vital importancia para construir o aumentar la capacidad de mentalización.
En síntesis, en el proceso terapéutico se va a estimular la creación de un “pensador” en la propia mente del paciente, que someta a escrutinio sus propios pensamientos, sentimientos y conductas. Esto da la oportunidad de hacer diferencias entre todos sus estados mentales (sentimientos, juicios, conclusiones, sueños, fantasías, pensamientos…) y la realidad, con la posibilidad de relativizarlos, de plantearse alternativas y de comprender que los otros pueden pensar y sentir diferente.
La adquisición de la capacidad para mentalizar es crucial para obtener la autopercepción de una identidad coherente y constante, para poder atribuir significados distintos a los propios a las acciones de los demás, para aumentar la capacidad y calidad de la comunicación con los otros y para lograr un nivel más profundo de intimidad en las experiencias vividas con uno/a mismo/a y con los demás.