El lenguaje de las emociones

Las emociones son respuestas fisiológicas espontáneas, involuntarias, breves en su duración, frecuentes a lo largo del tiempo, funcionales para adaptarnos al entorno, comunes y reconocibles en todas las culturas, cuya función primaria es preservar nuestra supervivencia.

Algunas investigaciones hablan de 4 emociones básicas: Tristeza, Ira, Alegría y Miedo; y otras la Sorpresa, el Desprecio, el Asco, la Vergüenza y la Culpa. 

¿Los sentimientos son emociones?

No. Los sentimientos derivan de las emociones y consisten en los pensamientos que desarrollamos de forma consciente acerca de las emociones que experimentamos. Ejemplos de sentimientos son la admiración, el agrado, la esperanza, la envidia, el odio, los celos, el optimismo, la gratitud, la indignación, la venganza, la compasión… 

¿Para qué sirven las emociones?

Las emociones sirven para protegernos y sanarnos en todo momento. Cada una de ellas lleva consigo un mensaje y manifiesta sus propias necesidades, su propio propósito en nuestra psique. 

Se habla de tres funciones básicas: 

  • Función adaptativa: nos ayudan a identificar lo que ocurre para adaptarnos a las circunstancias y reaccionar adaptativamente.

  • Función social: al expresarlas nos ayudan a comunicarnos y relacionarnos con los demás. Es decir, que facilitan la interacción entre las personas.

  • Función motivacional: emoción viene del latín “emotio” que significa mover o hacer mover. Las emociones movilizan nuestras conductas permitiendo que se realicen con mayor fuerza, dirección y sentido.

¿Cómo se clasifican las emociones? 

Hay múltiples clasificaciones, en primarias y secundarias; auténticas e instrumentales; buenas y malas. La clasificación más extendida es la de buenas (felicidad, alegría, entusiasmo…) y malas (miedo, rabia, enfado, tristeza, vergüenza, culpa… ). Sin embargo, la clasificación de buenas o malas, nos hace pensar en que es bueno sentir unas (y expresarlas) y no sentir otras (y por lo tanto reprimirlas). 

Esta clasificación nos deja partidos a trozos y prisioneros de todo aquello que sentimos. Querer sentir siempre alegría y felicidad y no sentir nunca miedo y asco, es como querer tener solamente el corazón, el hígado y el riñón, pero no el estómago y el páncreas. ¿A que esto parece absurdo? Pues es lo mismo cuando tratamos de seleccionar las emociones que vamos a sentir porque son, supuestamente, buenas o malas. 

Cada emoción tiene su lugar válido y correcto en nuestras vidas. La alegría y felicidad son tan sólo dos estados emocionales dentro del apasionante continuum de emociones que tenemos. Las emociones no son ni buenas ni malas, no son cosas que nos pasan (esto sería una forma de “cosificarlas”), las emociones son herramientas derivadas de nuestra evolución y humanidad. 

¿De qué nos hablan las emociones básicas?

  • El miedo: nos permite anticipar una amenaza, nos advierte de un peligro real o imaginario. El miedo sirve para protegernos del peligro.

  • La rabia: es el impulso a sacarnos de encima eso que nos molesta o que nos daña. Es para destruir lo que es percibido como un peligro. El enfado también nos muestra que se ha transgredido alguno de los límites que creemos importantes.

  • La tristeza: tiene la función de hacernos conscientes de alguna cosa, situación o persona que hayamos perdido o que añoramos. Nos pone en contacto con pérdidas.

  • La alegría: nos motiva a crear vínculos con los demás. Nos induce a reproducir aquello que nos hace sentir bien.

  • La vergüenza: es una mezcla de otras emociones. Incluye el miedo a ser rechazado, la tristeza de no ser aceptado como uno/a es y la desapropiación de la rabia que produce sentirse menospreciado. El objetivo de la vergüenza es disminuir el propio yo para intentar así mantener la relación con quién nos humilla, desprecia… e intentar que cese ese trato al mostrarnos disminuidos. La vergüenza habla de un Yo disminuido.

  • La culpa: nos sitúa en la percepción de haber realizado una conducta que no es correcta. Si la culpa es sana, nos llevará a disculparnos y reparar el error, daño causado, y la culpa desaparecerá.

¿Son necesarias las emociones?

Aunque puedan resultarnos incómodas, todas las emociones son necesarias, porque todas tienen un mensaje, un deseo y una necesidad subyacente,

¿Qué se hace con las emociones?

Generalmente, en nuestra sociedad, estamos persistentemente entrenados para expresar aquellas emociones que hagan que las personas de nuestro entorno se sientan cómodas en nuestra presencia, y a reprimir todas las demás. También hay personas que tratan de transformar unas en otras, como por ejemplo transformar la rabia en tristeza, el miedo en enfado... Transformarlas es otra manera de “reprimirlas” o de desconectarse de ellas y a la larga no funciona. Porque, como cada emoción lleva consigo su mensaje, transformarlas acaba provocando gran confusión y falta de coherencia interna. 

¿Es correcto expresarlas siempre? ¿Reprimirlas siempre? 

Por definición no. No siempre estará ajustado expresar lo que se siente ni reprimir lo que se siente. 

En el caso de reprimirlas, el inconsciente tiene dos alternativas: incrementar la intensidad de las emociones y presentárnoslas en más ocasiones (eso puede ser una explicación para los estados de ánimo que no se resuelven o la activación de escaladas emocionales de sufrimiento), o dejarlo estar y acumular la energía emocional en la profundidad de nuestra psique y nuestro cuerpo, donde esta intensidad reprimida suele mutar y expresarse de distintas formas tales como tics, compulsiones, enfermedades psicosomáticas, adiciones, neurosis, obsesiones…  

En general es más sano expresarlas que reprimirlas, pues al menos, al expresarlas, conseguimos sentir el fluir de la honestidad en nuestras vidas.  No obstante, si las emociones son muy fuertes, expresarlas tal cual puede crearnos confusión tanto externa como interna. Confusión externa porque, generalmente, solemos volcar nuestra emoción sobre algún otro, responsabilizándolo de sentirnos como nos sentimos, diciendo algo como “¡tú me haces encolerizar!”, o “¡eres tú el que me hace llorar!”... Así le damos el control de nuestro estado anímico y nos convertimos en pobrecitas marionetas de los demás. En cuanto a la confusión interna, lo que suele ocurrir es que, si sacamos la expresión de la furia o la cólera hacia fuera sin medida alguna, después solemos encontrarnos con que hemos herido, degradado o atemorizado al otro, y eso nos hace sentir mal con nosotros mismos, y nos perjudica a nuestra propia mirada interna, nuestra propia autoestima. 

Las emociones nos hablan de nuestro ser más instintivo y son las mensajeras de nuestra absoluta verdad interior. Sin embargo, que siempre sean verdad, no quiere decir que siempre sea correcto expresarlas. Deberemos encontrar el camino de en medio, y aprender a canalizarlas de la forma adecuada, tomando así el control de nuestras emociones y por ende de nuestras vidas. 

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