Heridas emocionales

Las heridas son sufrimientos que dejan huella, surgen generalmente en la infancia y adolescencia, son experiencias profundas por falta de amor.

Podemos sentirnos heridos a pesar de que, quién nos hiere, no tenga intención de hacerlo. Esto tipo de heridas las tenemos todas las personas. Algunas heridas se curan y otras perduran hasta la edad adulta afectando la personalidad, la autoestima, el estilo de relación que tenemos con los demás y con nosotros/as mismos/as.

Lise Bourbeau, en su libro “La sanación de las 5 heridas” nos habla de cinco heridas que se generan en la infancia: herida de abandono, de rechazo, de humillación, de traición y de injusticia. Sin embargo, podemos considerar algunas más, como la herida por miedo o temor o la herida de desesperanza.

En la herida de abandono (que puede ser un abandono real o emocional), el efecto que produce en la persona es que no se siente querida, que no se siente suficientemente valiosa para ser querida. Puede no ser un abandono consciente y malintencionado, simplemente podría tratarse de unos papás y mamás que trabajan muchas horas para dar lo mejor a sus hijos e hijas. Sin embargo, los menores que carecen de la presencia de sus progenitores acaban sintiéndose tristes, desvalidos y sin valía personal y estas sensaciones y sentimientos pueden llegar hasta la edad adulta.

Hay heridas de rechazo o de no aceptación. Éstas se dan cuando los progenitores son muy exigentes o sobre protectores. Cuando los cuidadores principales se comportan de esta manera, los hijos/as pueden generar la sensación de ser rechazados pues, en el fondo, no se les está aceptando tal cual son. La exigencia pide que se sea de una cierta manera y no como se es de verdad.

La herida de humillación se da cuando somos criticados por nuestro físico, por nuestra forma de pensar, por nuestra apariencia, o por cualquier otra característica particular. También se da cuando somos comparados con otros, destacando aquellos aspectos en los que no sobresalimos. Es común que aparezca cuando los niños/as perciben que sus padres/madres pueden sentirse avergonzados de ellos.

La herida de impotencia o injusticia surge cuando la relación de padres e hijos es fría, tensa, no hay calidez sino exigencia y rigidez en las formas y maneras. Para los hijos/as resulta muy difícil llegar a cumplir las expectativas de sus personas de referencia y queda la sensación de que nunca es suficiente, de que nunca llegan al estándar que se les pide, incluso la sensación inutilidad.

La herida de confusión o traición, que tiene que ver con que no se cumplen las promesas o compromisos adquiridos, pero también ocurre cuando los papás y mamás no cumplen con el ideal y la expectativa que se ha hecho el hijo/a de ellos.

La herida  de temor, de miedo, ocurre con miedos al compromiso, miedo a las relaciones, miedo a expresarse, miedo en general. Aquí, el fallo está en que no se provee de la seguridad suficiente o de la protección que necesitan los menores. También ocurre cuando son los propios progenitores los que tienen miedo y necesitan generar dependencias en sus hijos/as.

La herida de desesperanza se produce tras un largo sufrimiento en el que nunca se ve una mejora, donde la sensación es de vacío, de falta de control, de falta de futuro, junto con el pensamiento de que “por mucho que me esfuerce nunca nada me irá bien” 

Estas heridas pueden dejar huella más allá de la infancia perpetuándose  a lo largo de la vida, afectando nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Si sientes que alguna de ellas te pesa demasiado, busca ayuda para aprender a acogerlas, afrontarlas, y sanarlas.

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