Hablemos de suicidio

El suicidio ha sido y, diría que sigue siendo, un tema tabú. Antiguamente se creía que era mejor no hablar de ello, como si fuera una estrategia de afrontamiento contagiosa que con tan sólo nombrarla, ya provocaba que aumentara el número de suicidios. Algo debe de haber en esta idea de ser contagioso, porque uno de los factores de riesgo de las personas que cometen suicidio es que en su entorno más cercano haya ocurrido también otro suicidio. Pero ¿es el hablar de ello lo que aumenta el riesgo de cometer suicidio también? ¿O acaso será el dolor de la pérdida, el no poder hablar de ello, el duele complicado?

En la actualidad, se está viendo que hablar de ello ayuda, tanto a la persona que tiene ideaciones suicidas, como a quién ya lo ha intentado, como a quién está a su lado.  Es, además, una de las estrategias preventivas que está tomando la sociedad a nivel mundial. 

Si nos fijamos en nuestra realidad, ¿cuántas veces se habla del suicidio en conversaciones con familiares o amigos? Lo cierto es que es raro que hablemos de ello, como si fuese algo que les ocurre a los otros, pero no a nosotros/as. Y, aún así, el suicidio ocurre y puede ocurrir dentro de una familia normal y corriente. En la mía ocurrió, y han tenido que pasar muchos años para que podamos hablar abiertamente de ello. Emociones como vergüenza, culpa, miedo, frustración, rabia, incomprensión, soledad, lo impedían. Pero ha sido hablando de ello cómo estas emociones han podido ir encontrando su cauce y su vía de salida, y en el espacio que han ido dejando al salir, han podido ir entrando otras emociones como serenidad, aceptación y paz. 

Así que, hablemos del suicidio y rompamos el tabú. 

¿Qué le pasa a una persona que piensa en ello o que lo intenta o que lo consigue? Porque algo le pasa, no se trata de llamar la atención como se ha dicho tantas y tantas veces. ¿De verdad se quiere morir? Yo creo que no (y no soy la única). Pero lo que sí creo es que la vida le resulta tan dolorosa y sufriente que no consigue ver otra salida que la muerte. No quiere morir, lo que quiere es dejar de sufrir. Es como si no pudiera escoger libremente vivir, porque vivir es igual a sufrir. Y entonces la muerte se presenta como la solución. 

Se usa distinta terminología para nombrar distintos estadios entorno al suicidio.

La ideación suicida es ese fantasear con la idea, son los pensamientos acerca de la voluntad de quitarse la vida, con o sin planificación o método, y puede desencadenar (o no) en el intento de suicidio y la consumación (o no) del mismo. La ideación suicida es un marcador de vulnerabilidad y ya nos cuenta que la persona está sufriendo. Por más que no lo veamos o lo creamos, la persona está sufriendo y piensa que, en el quitarse la vida, encontrará la esperanza de poner fin a su dolor. ¿Si pudiera vivir sin ese dolor y sufrimiento, estaría pensando en el suicidio? No, claramente no. Pero por algún motivo no ve otra salida. Y, ¿cuál es ese motivo? Hay que encontrarlo, y es una de las tareas que tenemos los psicoterapeutas cuando la persona se atreve a contárnoslo.  

Diferente es la amenaza de suicidio. La amenaza suicida es la expresión verbal o no verbal, que manifiesta la persona sobre la posibilidad de una conducta suicida en un futuro próximo. Aquí ya hay un paso más que en la ideación suicida. La persona ha pensado en ello, puede que tenga un plan (o no) y comunica que lo va a hacer. Si la amenaza es real, entonces hay que actuar. ¿Cómo saber si es real? Si la persona nos cuenta que no ve más salidas, tiene un momento claro en el que realizarlo y cuenta con los medios, entonces habrá que ponerle mucha atención. Y, ¿qué hacer? Mantenernos a su lado, no quitar importancia a su situación, intentar hablar abiertamente de todo lo que ha ideado, expresarle de corazón cómo nos sentiríamos ante su pérdida, pero sin usar ningún tipo de chantaje emocional. Llamar al 911 si es necesario.

En el intento suicida (o intento autolítico) la persona ya pasa al acto. Un acto de autoperjuicio infligido con intención autodestructiva, aunque sea vaga o ambigua, leve o grave. La persona que pasa al acto ya no está viendo nada más que su propio sufrimiento, solo piensa en desaparecer, en que la pesadilla en la que está inmersa acabe y en encontrar algo de paz. Si tienes la oportunidad de encontrar a la personas justo en el momento en el que lo está intentando, procura transmitir tranquilidad y seguridad con tu voz y toda tu presencia. Facilítale que hable de todas las emociones que le han llevado a estar donde está. En última instancia, quizás tengas que intervenir para detener el acto.

A veces escuchamos que alguien se autolesiona. ¿Las autolesiones son siempre la "antesala del suicidio"? Lo cierto es que no, pero la práctica repetida puede llevar a un aumento del umbral de tolerancia al dolor físico y que la persona, sin buscarlo, termine finalmente con su vida por un "fallo de cálculo". Las autolesiones que no tienen la intención de acabar en suicidio suelen ser manifestaciones con las que expresar un gran malestar emocional. Y, ¿qué es lo que conduce a una persona (generalmente ocurre entre la población adolescente) a hacerse daño? Distintas son las razones, entre ellas el alivio o evitación de sentimientos desagradables o perturbadores, auto-castigo, búsqueda de sensaciones… Tenemos que ser conscientes de que, incluso cuando la autolesión no causa la muerte, de no tratarlas a la ligera. 

Quizás haya que hablar mucho más sobre el tema, cosas como factores de riesgo, factores de protección… O quizás haya que hablar de qué pasa con las personas que sobreviven a un familiar que se suicida… Por lo que he podido comprobar, hay muchísimo ya escrito y publicado en internet, pero aún así, quizás merezca otra entrada de blog próximamente hablando estos otros temas.

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