Exposición involuntaria a la pornografía en menores
Llevo tiempo queriendo escribir sobre el impacto que produce la pornografía en los más jóvenes. No lo he hecho hasta ahora por esta cosa tan mía de querer (o intentar) saber perfectamente de lo que hablo y de lo que escribo. Pero ya hay muchas más voces que están denunciando el impacto que la exposición involuntaria a la pornografía produce en los menores, así que, nada, dejo de lado mi afán por profundizar en el saber y me uno a la denuncia. De hecho, mi libro “Lesli y las experiencias que la llevaron a decidir ser una no-mujer” es mi primer intento de denuncia de que LOS NIÑOS SÍ SE ENTERAN del ambiente sexualizado en el que viven y que, si acceden a la pornografía de forma involuntaria, el registro emocional, cognitivo, fisiológico, relacional y afectivo que queda en ellos es notorio y significativo. En el personaje de Lesli lo fue. Ella, a los nueve años, se encuentra sin querer con revistas y películas pornográficas donde hay una atmósfera de sadismo sexual manifiesta. Una sexualidad donde la mujer es un objeto pasivo del que hacer uso y de quien se obtiene un placer sádico. El cuerpo de la protagonista reacciona sin saber por qué ni a qué al exponerse a esas imágenes. Ella es una niña curiosa y libre que no ha dado con estas escenas por su propia curiosidad natural sino por la negligencia de los adultos. Lesli no cuenta nada a sus padres, al contrario, convierte lo visto en algo secreto y vergonzante para ella. Lesli pasa de tener una curiosidad revitalizadora a una curiosidad temida por ponerla en contacto con la culpa y la vergüenza. Esta exposición involuntaria que se queda sin palabras, sin contexto y sin sentido, afectarán la construcción de su identidad como mujer. (Si os pica la curiosidad, lo podéis conseguir directamente en mi editorial).
La exposición involuntaria a la pornografía en los menores es un hecho y me parece un abuso hacia su inocencia (de ahí que el subtítulo de mi libro sea “Lesli y la pérdida de la inocencia”). Y por menores me refiero a menores de 12 años, de 10 años y hasta de 9 años. Niños/as de 8 años relatan como entran anuncios de cuerpos desnudos con el título de “tetas gordas” en mitad de sus videojuegos. En un estudio de 2018 publicado en el International Journal of Developmental and Educational Psychology, vol. 2, 1, se informaba de que el 85,9% de los adolescentes encuestados (la encuesta constaba de 284 adolescentes de Castelló, casi la mitad chicos y la mitad chicas, de entre 13 y 17 años) se veían expuestos involuntariamente al cibersexo a una edad media de 12,1 años. Pensemos que esto era hace cinco años y antes de la pandemia, es decir, antes de la gran explosión de pantallas y acceso a Internet constante de la población en general, de todas las edades, incluidos los más pequeños. Así que, como será ahora, cinco años después.
En otro estudio realizado por Save The Children en septiembre de 2020 llamado (Des)información sexual: pornografía y adolescencia se encontró que, de un total de 1.753 adolescentes encuestados, el 62% de los menores entre 13 y 17 años consumía pornografía (ya la consumen, es decir, que ya no la encuentran involuntariamente, sino que la buscan activamente. Eso no significa que ya sean adictos, ojo, pero la consumen). Se encontró que la edad media de inicio de acceso a la pornografía estaba bajando y ya había un 9% que accedía con 10 años (¡10 años! Llamadme puritana, pero yo no lo veo). Se apuntaba que un gran porcentaje, un 70% según este estudio, llegaba a ella de manera accidental, pero luego seguían consumiéndola, el 51,2% animados por sus iguales.
Es manifiestamente sabido que el cerebro de niños/as entre los 7 y los 9 años es pura plasticidad y que está haciendo conexiones constantemente para integrar toda la información que recibe del entorno. Los menores expuestos a imágenes pornográficas se van habituando a ellas y cada vez van necesitando aumentar la intensidad de las mismas. Sus cerebros anticipan lo que va a venir y esto les hace seguir consumiendo y consumiendo. Así, cualquier estímulo que llega a un cerebro infantil afecta y engancha mucho más que al cerebro de los adultos. Como no tienen la capacidad de reflexionar de que eso que ven no es sexo, ni es amor, lo van normalizando y puede generarles un impacto profundo y hasta estrés post-traumático. Por eso, la pornografía no debería de llegarles a los niños. Hay plataformas de pornografía responsable que lo saben, que saben que la pornografía no es real, que es ficción y que está dirigida a ONLY ADULTS. Por ello exigen que haya una regulación efectiva en el acceso a la misma para que ningún niño/a pueda acceder a ella ni voluntaria ni involuntariamente. Por desgracia aún no hay consenso en cómo hacerlo. La ley de Servicios Digitales podría ser la solución, pero todavía hay que valorar cómo cuidar la privacidad y la protección de los datos, que también es un asunto importante. Así que, un acceso accidental de un niño o una niña a estas edades, los vuelve mucho más vulnerables al consumo , convirtiéndose en objeto preciado del negocio de la pornografía no responsable, pues saben que cuánto antes empiecen, antes se quedan enganchados, y antes empiezan a llenar sus arcas.
A todos los padres y madres que tengan hijos de entre los 8 y los 17 años les recomiendo ver la serie documental de varios capítulos llamada Generación Porno realizada por TV3 y que también está emitiendo, desde el 14 de noviembre, Telemadrid, (y, valga la publicidad propia, también les recomiendo leer mi libro porque abre conversaciones muy interesantes con los adolescentes). Siguiendo con el documental, es impresionante el nivel de (des)conocimiento que tienen los chavales sobre el sexo (pues lo igualan a pornografía). Si su única fuente de acceso a la información sexual es internet, y sin adultos de por medio que ayuden a contextualizar lo que ven y lo que leen, la desinformación está asegurada. Por desinformación me refiero a confundir sexualidad e intimidad con pornografía. A olvidarse del respeto, la empatía y los afectos en las relaciones sexuales. A no tener en cuenta que en la pornografía no se ve nunca a una mujer decir que no; que tampoco se ve a ningún hombre usar condón para protegerse, tanto a si mismo como a su compañera, de las enfermedades o infecciones de transmisión sexual. A no experimentar el gozo de la sexualidad compartida ni el éxtasis del amor entre los adolescentes, tan sólo observar el sexo como violencia, agresión y sumisión, así como un sexo despersonalizado y machista. Todo es ficción en el cine (también en el porno), pero ellos no lo saben.
Si no limitamos el acceso a la pornografía de los menores y ampliamos la educación afectivo-sexual, con una mirada positiva hacia el sexo con placer, no sólo reproductivo ni temeroso, tanto en las familias como en las escuelas, les estaremos poniendo en peligro, robando la inocencia y la posibilidad de tener vidas sexuales satisfactorias. Además de las consecuencias negativas que puede tener para su autoestima, autoconcepto, formación de la identidad e identidad sexual.
Si habéis leído hasta el final, os lo agradezco de todo corazón. Sólo os pido que, de verdad, consideréis el tema como algo de lo que hay que hablar, entre adultos, sí, pero con los menores, también. Protejamos así la infancia y la adolescencia.