¿Cómo se si tengo un trauma psicológico?
Lo primero que vamos a hacer es definir “trauma psicológico” y especificar los dos grandes tipos de trauma que hay, porque creo que eso dará mucha claridad. Cabe destacar que el trauma psicológico está tanto en el cerebro como en el cuerpo y que habrá que tenerlos en cuenta en igual medida.
De entre las definiciones de trauma psicológico que hay descritas, la que yo suelo usar en la consulta es la definida por Pierre Janet que dice que “el trauma psíquico es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona.” Así que, esta definición nos coloca frente a la enorme subjetividad que habrá entre las distintas personas. Además, para que haya trauma tiene que ocurrir que tanto el cuerpo como el cerebro experimenten modificaciones. Así, en el trauma tiene que haber:
- una enorme contracción del organismo (a nivel visceral, muscular y de todo el cuerpo al completo);
- tienen que presentarse aspectos que quedan disociados y fuera de la consciencia;
- tiene que haber una hiperactivación crónica del sistema nervioso que no se puede apagar ni descargar dejando a la persona en una alerta e hipervigilancia constante;
- algunas áreas del cerebro y del cuerpo se ven modificadas o el área de Broca, parte encargada del lenguaje en el hemisferio izquierdo, se desconecta y eso hace que nos quedemos sin palabras; la amígdala se hiperactiva y eso hace que se experimenten las emociones con mucha más intensidad y con gran dificultad para la autoregulación; el área de Brodmann se activa, lo que hace que las imágenes de lo ocurrido queden grabadas y activadas como si el trauma estuviera ocurriendo en ese instante; el cuerpo sigue segregando hormonas del estrés aun mucho tiempo después de haber estado expuesto al peligro real.
- tiene que haber ausencia de una relación reparadora con alguien que ayude a recobrar la regulación interna y que nos ayude a sostenernos.
¿Qué dos grandes tipos de trauma hay? El trauma agudo y el trauma acumulado. El trauma agudo suele ser visible a los ojos de cualquiera y es a lo que todos, sin duda, llamaríamos “trauma”. Ejemplos de ello serían los accidentes de tráfico, las agresiones sexuales, el acoso, … A veces dar a luz, cuando ha habido violencia obstétrica, puede ser un trauma agudo, o la pérdida de un ser querido si ésta ocurre en situaciones difíciles de asumir, también.
El trauma acumulativo es ese que no solemos ver ni reconocer, porque ocurre de forma silenciosa bajo la apariencia de “es lo normal” o “es lo que hay” o “siempre ha sido así”. Ejemplos de este tipo son los estilos de crianza negligente o invasivo, donde la construcción de la identidad de los más pequeños se ve día a día comprometida; o el maltrato psicológico sibilino y continuado que puede ocurrir a lo largo de los años en una pareja.
El primero de ellos es algo que puede ocurrir una vez en la vida, solamente, y que si tenemos la suerte de contar con un alguien a quién contárselo y que nos ayude a apropiarnos de lo vivido y darle sentido, puede no quedar grabado como algo traumático. El segundo es el resultado de haber estado largamente expuestos a situaciones que no se han conseguido asumir ni gestionar. Este es más difícil de detectar por la propia persona que lo ha padecido porque ocurre sin que se de cuenta y va afectando su capacidad de definirse a si misma sin ser consciente de ello, por lo tanto, no es algo externo que le haya ocurrido, sino que es quién es. Estas personas reciben mucha menos comprensión por parte de su entorno, porque nadie puede decir “oh, mira lo que le ocurrió, pobre, por se comporta así”, porque nadie reconoce lo que le ocurrió, ni él o ella misma. Muchas personas descubren haber estado expuestas a un trauma acumulativo en los procesos de psicoterapia. Y al detectarlo, pueden empezar a cambiar y modificar las definiciones que habían hecho de sí mismas hasta el momento (ej. “no valgo para nada”, “hay algo malo en mi”, “soy un desastre”) dándoles la oportunidad de cambiar y definirse de nuevo (ej. “puedo ser yo mismo/a y me siguen queriendo”).
¿Qué podemos observar en personas que quedan traumatizadas por algo?
- Dificultad para establecer relaciones interpersonales de intimidad.
- Dificultad para recordar, dar sentido, organizar y poner en palabras lo sucedido.
- Culpabilización y vergüenza.
- Pérdida de flexibilidad mental.
- Cambios en la propia capacidad de pensar y reflexionar
- Modificación en la capacidad de imaginar.
- Experimentación de recuerdos, sueños, imágenes angustiosos, recurrentes, involuntarios e intrusivos.
- Evitaciones persistentes de estímulos asociados al trauma y fobias
- Ataques de pánico.
- Síntomas disociativos (amnesias, ausencias, observarse a si mismo desde fuera, sensación continua de desconexión, anestesia emocional…)
- Insomnio y pesadillas.
Hay una buena noticia que es que, si podemos contar con alguien que nos ayude a ir poniendo palabras a lo traumático, que nos acompañe cada vez que se activen sensaciones corporales de pánico y terror, que nos guie para sentir el cuerpo y encontrar el simbolismo que hay detrás de esa activación fisiológica, que nos enseñe a regularnos y a confiar de nuevo en el cuerpo, que nos ayude a encontrar el trauma original y la acción que quedó atrapada sin poder se realizada, ese trauma se irá desvaneciendo. El vínculo seguro y reparador con una persona interesada y respetuosa es el antídoto ideal para el trauma. No es lo único, pero es lo principal.